22 agosto 2012
22 de agosto de 2012.- Bajé a la playa. Muy linda la playa.
Llena de arena. Me quité las ojotas y me arrimé a la orilla. Me agrada el agua
cuando baña mis pies. Vino una ola, reventó y me mojó la camisa. Que lindo es
el mar. Decidí que para calmar el calor lo mejor era darme un baño. El agua
estaba fresquita. Nadé un poco. Es agradable nadar, parece que no se hace
esfuerzo. Después de un rato decidí salir. Tenía arrugados los dedos de las
manos y de los pies. Cuando salía sentí un dolor tremendo en la planta del pie.
Me picó una faneca. Un bicho inmundo que se esconde debajo de la arena. Se
calma con arena caliente. Acá, en Galicia, la arena estaba templada. Creo que
nunca se calienta.
Entonces, ¿para que mierda lo dicen? Me jodí. Mientras estaba lamentando mi
mala suerte en mi primer día de playa, me torcí el otro pie y me caí. Como me
retorcía de dolor por el picotazo de la faneca y por mi puta mala suerte en mi
primer día de playa, la gente empezó a arremolinarse a mi vera. Gente muy
amable. Todos tenían una solución distinta para cada uno de mis problemas. Al
final apareció un bañador rojo que dijo ser de no se qué de salvamento
marítimo. El muy pelotudo creyó, por el gentío que había a mi alrededor, que
era una ballena varada. ¡Solo estoy gordo musculitos de mierda! Haciendo
memoria de mi caída vislumbré en mi memoria unos pechos redondos que parecían
tersos y caídos hacia arriba. Como me gustan a mí. Cuando conseguí levantarme
cojeaba de los dos pies, uno por la picadura de la faneca el otro por la
torcedura. Intenté buscar esas dunas antes mencionadas. Resultó ser un enano
culturista de mierda que solo come claras de huevo y zumo de zanahoria, ¡andá y
lavate las tetas guacho puto! A duras penas conseguí llegar a mi toalla que
para mejorar mi primer día de playa me la había cagado un perrito chupaconchas.
Lo encaré y me mordió. He de decir que los perritos chupaconchas no vuelan. Se
confirma que suben, cuando los empujas convenientemente con tu pie, y caen en
seguida. Salen corriendo y chillan mucho. Debe ser por el exceso de mermelada.
Cuando recogí todo y me disponía a marcharme a casa me agredió una avispa en un
ojo.
El pie de la faneca y el ojo se me habían hinchado. Apenas podía caminar y
ver. Era ya Cuasimodo. Una señora muy amablemente me dijo que me denunciaría
por maltrato animal. ¿Y no es maltrato tener un perrito chupaconchas que se
caga en las toallas ajenas? ¡Vieja chota! Conseguí llegar a las duchas. Apreté
el botón y me dio calambre. Me caí otra vez. Esta vuelta solo vino la vieja
hijadeputa del perrito chupaconchas, el musculito de bañador rojo (¿para qué
mierda llevará el flotador?) y el enano culturista. Me levantaron. Se lo
agradecí y me dieron una somanta de hostias por patear al puto perro que se
había cagado en mi toalla en mi primer y último día de playa.
Mi segundo día de playa
Debí correr mucho huyendo, de la vieja del perrito chupaconchas, del enano
culturista y del de bañador rojo que llevaba flotador, porque cuando llegué a
casa descubrí lo que es la carne viva. Se me pasparon las pelotas. No se debe
correr ni caminar con el bañador mojado. Me recomendaron que me pusiera una
crema. Tenía en casa una de aloe vera. Dicen que el aloe vera es bueno para
todo. No para mis pelotas. Se pusieron bermellón, bermellón. Por más que
intentaba soplar el aire no me llegaba por culpa de mi incipiente barriga. Que
escozor. Estaba en pelotas y con todo al rojo vivo. Se me ocurrió que para
calmarme lo mejor era encender el ventilador. Al 3. El alivio fue inmediato.
Yo, ahí, delante del ventilador.
El placer era tan grande que me olvidé de
todo: de la picadura de la faneca en la planta del pie, del aguijón en el ojo
producido por la avispa, del perrito chupaconchas que me había cagado en la
toalla, y hasta del dolor testicular. Ahí estaba yo delante del ventilador y
con los ojos cerrados. Un destello erótico pasó por mis pensamientos y mi
cuerpo correspondió con toda su naturalidad. Debo haber gritado mucho porque a
los dos minutos estaban todos los vecinos a mi alrededor. Parece ser que
intente cogerme al ventilador. Una parte de mi sigue dando vueltas en las
aspas. Ahora todo es colorado. Perdí el conocimiento. Me desperté en una sala
blanca con un montón de gente cuchicheando. Nadie me querida atender. Dicen que
soy yeta.
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